Susurraba palabras de amor mientras hundía sus pies en la arena. El humo que emanaba de
sus labios se esparcía en el aire. Diseminaba por la playa un aroma ilegal.
Homenajeaba un nombre, el que llevaba tatuado con letras
góticas en su seno. El apodo de su amado
palpitando con cada latido.
Entre sus manos suaves, una
botella de licor. La luna, compañera de los enamorados, iluminaba su figura
esbelta.
Su varón, que enfrentaba la
vida, le estaba prohibido indigente.
—¡Terciopelo y cartón no deben
unirse! —le decía su familia.
Amor impedido, como el de Romeo
y Julieta. Shakespeare apareciendo en el siglo veintiuno. Ella obedeciendo al
costo de renunciar a su ardiente pasión.
Alucinaba, sabor a alcohol en su
boca carnosa de la que él bebía noche a noche el néctar tan ansiado.
Se recostó en la orilla mirando
las estrellas, el agua del mar mojaba con su oleaje sus piernas perfectas.
Recordó todos los encuentros
presurosos y su pasión desenfrenada. Abrió muy grandes sus ojos celestes. Miró
por última vez los astros que los cobijaron en la penumbra. El salobre de sus
lágrimas se unía con el del mar.
Tomó el arma que llevaba
guardada, la introdujo lentamente en su garganta y la apretó con sus dientes. Un
estampido, la sangre tiñendo de escarlata las aguas heladas.
Su final.
© 2012 Nélida Magdalena Gonzalez de Tapia.
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